La adolescencia en los ojos de ayer y ahora

La adolescencia en los ojos de ayer y ahora

Nunca sufrí de acoso o de burlas. A los 15 años yo era delgada, pero mis compañeras más altas o con más peso, las que usaban lentes o las estudiantes destacadas sí eran molestadas o ignoradas; lo que se llama bulling era un asunto regular al que ni los maestros, ni yo dábamos tanta importancia. Lo relevante para mí era la popularidad, el congeniar con mis amigas y hacer lo que ellas decían, no me importaban las calificaciones altas, me enfocaba más en divertirme en la escuela y creo que fue algo constante en su momento. Comparo mi adolescencia con la de mi mamá y los casos son totalmente diferentes; a los 14 años mi madre ya no vivía con sus papás y desde la secundaria comenzó a trabajar, solo terminó el tercer grado de secundaria, nació en un pueblo de Oaxaca, en esa época era común que las mujeres se casaran y tuvieran hijos muy jóvenes, ella evitó esto y decidió salirse de la casa de mis abuelos para comenzar a trabajar por sus propios medios. Mi mamá vivió su propia rebeldía probando alcohol, tatuándose y desobedeciendo a todo el mundo, esa etapa la marcó para auto conocerse y ser valiente contra cualquier acontecimiento, pero muchos de sus amigos no tuvieron tanta suerte cuando crecieron.

Mis compañeros vivían situaciones distintas a la mía. En casa siempre me sentí cuidada y vigilada por mis padres, hermanos, tíos y abuelitos, pero, por ejemplo, Federico y Leo no recibían mucha atención de sus padres, porque ellos trabajaban como gente de negocios y otros en el comercio. Federico vivía repartiendo su tiempo entre una casa y otra, con parejas fluctuantes debido a que sus papás estaban divorciados y eso se reflejaba en su forma de ser. Leo echaba más relajo y se hacía notar con bromas pesadas entre sus propios amigos, fue el primero en tener novia y en casarse, mientras que Pablo, era un compañero más tímido, se cohibía y le era más difícil adaptarse al ambiente escolar, aunque ahora es un admirable abogado, pero con ciertos rasgos de superioridad.

¿Cómo saber lo que le depara en la vida a un ser humano?, es contradictorio y sorpresivo.

Una de mis primas, Rita, se negaba a crecer ya que su cuerpo sufría cambios notorios; estaba más desarrollada que las demás y no le gustaba llamar la atención de sus compañeros, al contrario de mis amigas populares, que no les agradaba tanto tener un cuerpo infantil. Mis amigas Cinthia y Frida celebraban encaminarse a ser mujeres sensuales, se hicieron populares y cada vez más  atractivas cuando empezaron a vestirse provocativas, al ver tutoriales de maquillaje en YouTube, incluso se convirtieron en influencers, evitando aprender y crecer en otras áreas de su vida. Se acostumbraron al dinero y en ocasiones nos presumen sus más de 3 cirugías de cuerpo, su lista de galanes del momento, y temas frívolos que se han vuelto una recurrente plática en nuestras reuniones generacionales.

Rita cambió de no sentirse cómoda con su cuerpo, a valorarlo y cuidarlo. Ha tenido un proceso de auto aceptación cuando sube y baja de peso, aun así, mi prima es una mujer hermosa y lo sabe, porque más allá de su aspecto, decidió hacer, decir y vivir coherente a lo que le toca en este momento de su vida. Así es ella, simplemente feliz, soltera, casada, divorciada o viuda; es una persona libre y amante del buen ser.

Ahora que miro hacia el pasado en mis años de secundaria, prepa rumbo a la universidad, puedo entender el presente de mis compañeros de antaño, y del mío mismo. En cada persona hay un universo de circunstancias difíciles de conocer, experiencias duras, excitantes, enriquecedoras y con tantos matices difíciles de explicar. Ahora entiendo que el niño al que le faltó atención suele recurrir a alguna patología narcisista como forma de auto protección –difícil de erradicar, pero no imposible– cuando se es adulto, estos patrones de conducta vienen en cadena, porque sus propios padres probablemente vivieron la falta de amor, cariño y atención espiritual o mental que encuentran su raíz en el pasado y que sigue constipado. También entiendo que mis amigas, en aquel entonces, necesitaban llamar la atención porque era una etapa normal de auto descubrimiento de su sexualidad y de la de otros, sin embargo, esta misma curiosidad cuando no es observada por los padres, puede generar peligros como acoso sexual, intimidación cibernética o situaciones más adversas. Tal vez esto pudiera evitarse si los padres se sintieran libres y con más confianza de hablar del tema sin tabúes ni miedos, pero en ocasiones se ven tan inmersos en sus propias preocupaciones y problemas que evitan involucrarse o no saben cómo adentrarse en el mundo de sus hijos y del momento que viven.

Porque sí, así como existen padres súper ocupados, existen padres que aunque cuenten con el tiempo, prefieren o deciden no ser parte integral de la vida de sus hijos. Ahora que soy madre entiendo la gran responsabilidad que conlleva educar hijos, todos nosotros también fuimos niños y adolescentes y coincidimos en lo difícil que es educar a nuestros hijos en la actualidad, con todos los peligros que existen. Quisiéramos evitar a toda costa cualquier percance y bajo dicha premisa, vivimos o permitimos situaciones que en el camino nos conflictúan y desvirtúan el poder que tienen nuestros hijos también sobre nosotros.

Desde mi perspectiva existe un gran reto por vivir esta etapa de vida entre hijos, padres y familiares, porque las medidas de la educación son tan ambiguas que no podemos determinar una sola forma de vida correcta. En esta y todas las etapas, existe una transformación en todo el núcleo familiar que conlleva cambios constantes de nuestro ser integral, acontecimientos difíciles de controlar, factores externos que no se planean pero que invariablemente son los que nos hacen crecer.  Aceptar el cambio y la forma de aprender individualmente. La adolescencia en los ojos del ayer es diferente al cómo se ve la vida en los ojos del ahora.

Entiendo que existen adultos estancados en el ayer; mujeres y hombres infantilizándose al hablar y actuando como si el tiempo fuera un enemigo. Personas que no desean envejecer, y «adolescentes perpetuos» que buscan mujeres u hombres más jóvenes, de acuerdo con su preferencia, subestimando a los de su misma edad, por miedo o por un estigma contra la vejez y ante la juventud. Para mí, ambos aspectos son valiosos sin que uno sea mejor que otro.

Reflexiono y me pregunto, ¿Existimos para resolver los conflictos internos del pasado para erradicarlos en el presente? ¿Por qué pensamos el futuro en función de «vanguardia de tecnología» en OBJETOS, pero cuando hablamos de «decadencia» pensamos en HUMANOS? ¿Y si dejamos de pensar que el paso del tiempo no tiene que ser en decadencia sino en mantenimiento de nuestros recursos físicos y habilidades mentales, así como se le da mantenimiento a autos y a máquinas?

Desde que vivo el presente, me enfoco en el detalle y contemplo las cosas de distinta manera, pero para poder sentirlo y vivir realmente en él ahora perpetuo, debí enfrentar al pasado y atravesar situaciones no muy amenas y conflictivas a resolver desde niña, y aceptar la adolescente que fui reconociendo a la mujer que soy; la edad no determina mi esencia.

La experiencia y el tiempo no deberían ser una desventaja sino todo lo contrario, el valor del ser integral radica justo en eso, en disfrutar la belleza de las etapas, de los procesos de vida y ser coherente con el tiempo que vivimos en el aquí y el ahora, porque al final, el tiempo es incierto y relativo. En nuestra esencia y en nuestra memoria siempre estará la niña, la adolescente y la mujer a la que hay que mimar. Poniendo siempre al tiempo como nuestro mejor amigo.

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