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¿Qué velo oculta nuestra feminidad?

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La vestimenta de las mujeres que se cubren completamente tiene sus raíces en las tradiciones del Islam y ha estado históricamente asociada con la clase social. Esto significa que la práctica de usar velos se difundió con la expansión del Islam y se consideraba un signo de riqueza y fe religiosa. Pero, en la actualidad, la sociedad también influye en su significado. Ocultar el cuerpo femenino en el Medio Oriente se asocia con la idea de que las mujeres deben ser castas y que sus cuerpos solo deben ser vistos por sus maridos. El uso de prendas que cubren el cuerpo y la cabeza refleja una clara expresión de moral sexual y social.

¿Alguna vez has pensado en las diferencias y similitudes entre las mujeres mexicanas y las del Medio Oriente?

Probablemente la respuesta sea muy obvia, la vestimenta. La mayoría de nosotras no sentimos la necesidad de cubrir nuestro cuerpo por completo, y de hecho, culturalmente nadie nos obliga a usar un hiyab o un velo. Sin embargo, al analizar la sociedad patriarcal en la que continuamos viviendo, hay prejuicios que sobreviven o se superponen a nuestra voluntad, atractivo, comodidad y seguridad en nuestro propio cuerpo, así como el temor a ser vulneradas en nuestra sexualidad. Todos estos son problemas importantes que nos impiden gozar de una verdadera libertad y seguridad para vestirnos como queramos y sin restricción de ningún tipo.

¿Te has sentido incómoda al notar miradas insistentes y lascivas, tanto de hombres como de mujeres en la calle o en cualquier entorno concurrido?

La sensación de ser observadas lascivamente por hombres nos hace sentir fuera de lugar, intimidadas, juzgadas y generando un sentimiento de impotencia. En algunos casos, este reprobable comportamiento influye en nuestra decisión de usar o no, prendas frescas o ajustadas como faldas o vestidos pues nos sentimos incómodas e inseguras al hacerlo. Aunque no cubrimos nuestro cuerpo por completo como las mujeres en el Medio Oriente, sí nos cubrimos utilizando pantalones largos, blusas sin escote y, en ocasiones, ropa de colores neutros para pasar desapercibidas ante las miradas depredadoras. ¿Pero, por qué lo hacemos? Si se supone que tenemos plena libertad y derecho a usar lo que decidamos, a que celebremos nuestro género, ¿qué nos lo impide? ¿Es acaso una mentalidad restrictiva -ese velo mental- que comenzó con los prejuicios de algunas mujeres de generaciones anteriores y que se ha replicado en los hombres durante años y generaciones nuevas?. Probablemente la razón la encontremos en la imposición hetero-patrialcal que desde siempre ha subyugado a la mujer para someterla y hacerla obedecer o seguir normas establecidas por una sociedad machista y llena de prejuicios que cuestionan «la buena moralidad» de las personas.

Irónicamente y contrario a esta supuesta moral inquebrantable, hay otra forma de control y sometimiento en la que diversas industrias de entretenimiento y comerciales inducen a las mujeres a verse sensuales y perfectas, estereotipando y catalogando aún más el tipo de mujer ideal que debe verse bien y bajo ciertas características específicas, y con ello seguir cumpliendo con las normas moralistas impuestas, pero donde en realidad, dicha mujer ideal tampoco tiene la suficiente libertad para elegir su atuendo sin pasar antes por críticas sociales de diversa índole. En muchas ocasiones incluso, existen hombres y mujeres que esquivan sus argumentos vacíos y superficiales juzgando dicha apariencia bajo el marco de un deseo reprimido o de un instinto animal básico, ordinario y «biológico» que bien podría ser gestionado y controlado por ellos mismos si hubieran trascendido su tan aclamada -naturaleza-, pero que únicamente la usan para ejercer doble poder y sometimiento sobre la mujer.

En México, la ciudad donde vivo, existen personas con una mentalidad abierta y otras más conservadoras, pero algunas muy retrógradas. A menudo nos hacen preguntas como «¿Por qué te vistes así?», «¿No te da vergüenza?», «¿Por qué sales a la calle vestida de esa forma?» «¡Se te ve el busto/trasero/etc, cámbiate!»… Y desafortunadamente en muchas ocasiones gracias a todos esos cuestionamientos, no nos permitimos lucir nuestra feminidad libremente. ¿qué hay de malo en que una mujer muestre su figura? o simple y sencillamente, ¿qué hay de malo en que una mujer simplemente decida en libertad vestirse como mejor le plazca?

Tal vez la respuesta provenga de:

  1. Generar admiración. En el fondo muchas quisiéramos tener la seguridad y confianza para caminar por la calle sin necesidad de recibir comentarios y miradas impertinentes, lascivas, juiciosas o calificativas y simplemente ser vistas y aceptadas sin importar nuestra apariencia física. Pero llamar la atención a la vista de los demás, «no es lo correcto» nos han dicho siempre.
  2. Miedo. Todas en algún momento y desde muy corta edad nos hemos sentido acorraladas y cosificadas -sobre todo- por hombres de cualquier edad y condición o clase social. Nos sentimos constantemente vulnerables a abusos sexuales, o a delitos de género gravemente tipificados y reconocidos actualmente en la sociedad.

Pero entre mujeres también se origina y confluye el machismo, tanto en México como en el Medio Oriente, en Japón e incluso en otras partes del mundo del extranjero. Algunas albergan sentimientos de vergüenza al experimentar los cambios de su cuerpo desde la adolescencia, aunque hayan cambios también en los hombres, para muchas de ellas, ver y sentir que el cambio en sus formas y complexión siguen -por ejemplo- las mismas fases del crecimiento que una flor, un animal o una planta, debería ser algo que se viviera de manera tranquila, con cierta normalidad, y alejada por completo de juicios y complejos de ningún tipo. Pero en muchos casos no es así en absoluto.

Si nos protegiéramos y cuidáramos entre nosotras, reflexionando sobre nuestro discurso interno sin envidia ni recelo, es poco probable que el discurso del instinto animal bruto y burdo, se perpetuara entre los seres humanos o, al menos, sería menos repetitivo o se cuestionaría su validez con mayor seriedad.

A pesar de que los tiempos han cambiado, la mentalidad y el sentir femenino oprimido aún persiste y el machismo sigue muy presente no solo entre los hombres, sino también entre ciertas mujeres que han replicado los discursos de sus madres o abuelas que vivieron bajo aquellas normas impuestas hace siglos. Los hombres, «por instinto», pueden ser proveedores, cautelosos y protectores, pero a menudo se les considera «femeninos» o «débiles» si son sensibles, creativos o amables. Y aunque parezca extraño, también existe el acoso hacia los hombres. Un hombre puede sentirse hostigado y acorralado por las miradas penetrantes de mujeres cuyo instinto animal también se hace presente. Pero también de otros hombres que les cuestionan su masculinidad o ejercen violencia arrebatada en contra de ellos.

En todas las civilizaciones ha habido aportaciones de naturaleza femenina y masculina, y ninguna reemplaza a la otra. Aceptar nuestros rasgos biológicos implica aceptar que todos tenemos un lado femenino y masculino, sin juicios ni condenas. La educación, el cuidado de los hijos, la creación de una familia requieren una negociación de roles y responsabilidades. Los hombres y las mujeres pueden intercambiar sus tareas. Existen muchas personas cuya inclinación es más femenina o masculina, pero nada ni nadie puede quitarles el derecho a ser respetados, sin dañarles ni aislarles de la sociedad opresora que persiste. Porque la verdadera libertad nace del corazón y la mente.

El feminismo radical mal enfocado cree que las mujeres queremos asumir roles que antes nos eran negados únicamente para demostrar superioridad sobre los hombres, cuando lo que permea es la gran injusticia de género que sigue prevaleciendo para nosotras en todos los ámbitos. Del mismo modo, la masculinidad extrema y tóxica de tantas generaciones, impide que los hombres muestren sus verdaderas emociones y sentimientos y actúen bajo el yugo de
«El hombre inquebrantable y fuerte» mientras que hay hombres sumamente protectores y proveedores que también pueden ser sensibles y atentos. A estas alturas, debemos apelar a una nueva masculinidad lejos de aquella lastimosa y duramente exigida.

El machismo no sólo nos afecta a nosotras en nuestra libertad y actuar cotidiano. El hombre también ha vivido bajo el yugo del machismo desde siempre. Un hombre también debería sentirse feliz de mostrar lo mismo su sensibilidad que su fortaleza, sin que esta última se imponga o se aproveche de la vulnerabilidad física de la mujer. Por supuesto que existen mujeres que desde su postura de supuesta debilidad son capaces de abusar y fortalecer el victimismo. Por lo que todos deberíamos poder actuar en total libertad y con respeto hacia los demás independientemente de nuestro género identidad. Buscar el equilibrio entre el yin y el yang, tal como lo establece la filosofía china, india y otras civilizaciones ancestrales, es fundamental.

Sin embargo, existe un culto a la apariencia entre nosotros, los seres humanos; usamos máscaras. Alimentamos el ego, pero el ego no es real. Es un personaje que nos permite actuar como amenazados o amenazantes, según convenga. Esa máscara nos ayuda a sobrevivir a través de los diferentes ciclos de la vida. Pero ¿a qué precio?.

¿Cómo evitar tragedias como feminicidios, desapariciones de mujeres y hombres, violencia hacia los animales y la destrucción del ecosistema?, ¿deberíamos mirar más profundamente y, al mismo tiempo, más por encima de nuestra piel?. Tal vez, el velo de Medio Oriente trascienda fronteras y tiempos. Quizás nosotros en verdad desconozcamos del todo lo que hay detrás de esa costumbre que nos hace ser invisibles y somete de muchas formas a las mujeres en aquellos territorios. Seguramente no alcanzamos a comprender realmente las diferencias y semejanzas entre las mujeres mexicanas y las medio orientales porque ahondar en ello implica ahondar en temas religiosos, ancestrales y hasta socioeconómicos que ni siquiera vislumbramos.

Lo que sí sabemos es que desde el origen de la creación de nuestra civilización, las costumbres, creencias, juicios, normas, injusticias y causas han ido evolucionando con nosotros. Muchos de ellos persistiendo por generaciones atravesándonos hasta hoy en día, y muchos otros nuevos que en aquel entonces no eran relevantes o incluso no existían. ¿Cómo averiguarlo? ¿cómo sentir lo que nuestros ancestros vivieron o sintieron con veracidad? ¿porque decidieron o actuaron de tal o cual forma?. ¿Podremos acercarnos aunque sea un poco a esa verdad desconocida para nosotros? ¿qué preguntas se harán las siguientes generaciones sobre nuestra sociedad de prevalece hoy en día?

Tal vez, la búsqueda de respuestas más cercana a todas esas preguntas que hemos hecho, sea también el viaje más importante que cada uno debería emprender para descubrirlo y para sentar las bases de un nuevo y mejor porvenir.

 

Viaja y conoce como vivían nuestros ancestros la identidad de genero

 

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